Que la biomasa es una fuente de riqueza no lo duda ya nadie.
Desde quienes especulan con el precio de los alimentos, a quienes pagan por contaminar, pasando por los productores de biocombustibles, los pescadores, los alojamientos rurales o quienes disfrutamos de un paseo por el parque o del amor de una mascota.
Sin embargo, en mi libro White Singularity, comentaba que la biomasa podría convertirse incluso en una moneda de cambio, como hoy lo es el dinero en euros y dólares. Debido a la extensión del libro no pude desarrollar más la idea, pero me gustaría que pensásemos un poco sobre ello.
¿Qué haría falta para que esto sucediese, y la riqueza biológica se convirtiese en moneda de cambio?
Es evidente que cualquier medición del «valor» no debe caer en los errores que las disciplinas económicas y las prácticas empresariales de hoy en día cometen constantemente al valorar bienes y servicios. Es decir, no podemos olvidar la dimensión humana y los efectos beneficiosos o perjudiciales de una actividad. Valorar un perro en 300 euros en una tienda de mascotas olvida la dimensión afectiva y las mínimas normas de respeto a los seres vivos. Si esas dimensiones se tuviesen en cuenta, el precio a pagar por tener un animal encerrado en una urna de cristal sería mucho mayor.
Así que es necesario desarrollar nuevos métodos de medición del valor que incorporen todas estas dimensiones.
Lo primero, una forma de tasar exactamente su valor universalmente reconocida.
Lo métodos que hay ahora de medición del valor de un ecosistema son demasiado simples (a pesar de la complejidad alcanzada por disciplinas como «Economía de los recursos naturales«) para medir instantáneamente el valor de un ser vivo o de un ecosistema.
Los modelos computerizados están varios órdenes de magnitud por debajo de la complejidad necesaria, y los supercomputadores más avanzados apenas podrían desarrollar la tarea dedicando semanas o meses de computación.
Así que es necesario que dichos modelos computacionales, y dichas supercomputadoras sigan avanzando y crezcan al menos uno o dos órdenes de complejidad.
Estimo que eso pasará en 15 o 20 años.
Quizás en 2030 tengamos móviles capaces de realizar la tarea de valorar la riqueza de un ecosistema o de cualquier fuente de biomasa a precios de mercado, y se realicen transacciones en biomasa de la misma forma que hoy pagamos en euros y otras monedas.
Es de suponer que se desarrollarán mercados en los que se intercambiará en tiempo real esta fuente de riqueza, los ecosistemas serán monitorizados por una inmensa plétora de sensores, satélites y mecanismos para saber su valor al segundo. Llevaremos aplicaciones en nuestros móviles, o en los relojes, o las gafas, o el gadget que esté de moda por entonces, que nos dirán nuestra riqueza actual, y veremos cómo crece minuto a minuto.
Se medirá la complejidad de la biomasa, así como las relaciones en el ecosistema, además de su tamaño y de los productos que nos proporcione (no es lo mismo un tigre que trescientos kilos de alfalfa), y los bancos aceptarán depósitos en esa nueva moneda.
¿Quienes serán los grandes beneficiados de todo esto?
Evidentemente los países en desarrollo que hayan conservado su riqueza biológica (os recuerdo que España es la mayor fuente de biodiversidad de Europa), los grandes terratenientes que hayan mantenido sus ecosistemas, los estados, como grandes poseedores de bosques, ríos y playas, y, espero los propios seres vivos.
Al tener un valor mucho más definido y claro, disponer de un ser vivo, explotar un recurso natura, o ponerlo en peligro, conllevará enormes gastos o sanciones, lo que disuadirá de realizar daños al medio ambiente, y premiará a quienes más aporten en este área.
No quiero que se confunda esta visión con la práctica neoconservadora de privatizar todo, desde los mares a los bosques y el aire. Esta idea es sólo una evolución lógica en el respeto a la naturaleza y el desarrollo de la inteligencia y los conocimientos humanos, y nada tiene que ver con intentar apropiarse de lo que debería ser de todos.
Pero es importante que desde este mismo momento empecemos a saber lo que vale la riqueza biológica, incluyendo las variables que las grandes mentes de la economía se han dejado fuera, y que las grandes corporaciones intencionadamente ignoran y quieren que ignoremos.
Veremos si conseguimos desarrollar este método de medición antes de que expoliemos la totalidad del planeta. si no, la pobreza será la única moneda.